Una estética glacial
Aproximación a la fotografía
contemporánea de Rodrigo Etem
“...Tiempo atrás, el cuerpo fue
metáfora del alma, después fue la metáfora del sexo, hoy ya no es la metáfora
de nada, es el lugar de la metástasis, del encadenamiento maquinal de todos sus
procesos, de una programación al infinito sin organización simbólica, sin
objetivo trascendente, en la pura promiscuidad por sí misma que también es la
de las redes y los circuitos integrados.”
Jean Baudrillard
Cuando observamos los retratos
fotografiados denominados “SER COSA” de la serie 2010 del artista Rodrigo Etem
lo primero que se me ocurre, por un lado, es el enfoque tanto conceptual como
instrumental que el artista utiliza para desestabilizar la lógica de la
realidad, generando fisuras en la razón, la cual se encuentra dada por la
manera de percibir los objetos que -aunque habituales y cotidianos- se
localizan reorganizados composicionalmente de manera distinta, dichos objetos
mentalmente nos dan un aura familiar al mismo tiempo que su distribución provoca un cortocircuito.
Y
por otro lado para su análisis, se me ocurre aplicar una suerte de método
histórico denominado “prosopografía”[1] (que estudia a la
biografía de las personas en tanto miembros de un colectivo social) en la
medida en que los personajes de esta serie suscitan problemáticas actuales
inmediatas.
Desde
esta perspectiva, esta serie de retratos que a primera vista se nos presentan
como de seres extraterrestres, una vez que nos compenetramos con las imágenes
nos resultan más familiares de lo que aparentan, “humanos demasiado humanos”
tal vez más humanos de lo que figuran.
Y
es que para la dialéctica negativa de Adorno el problema estaba dado en como
ser humano en un mundo hostil para los humanos,
los personajes de Etem nos resultan tan naturales en la medida de que su
presencia está fuera de la pose de los retratos de los reyes del pasado, mas
bien se asemejan a los obreros, campesinos, gente del pueblo en general,
retratados por Gustave Courbet o los realistas[2] de mediados del
siglo XIX, estos nuevos realistas son capturados por la cámara en el desarrollo
habitual de su diario vivir, en el mundo hostil del desierto o del pantano o de
la tempestad.
Dentro
de la dinámica del personaje, pareciera que son seres asexuados o mas bien
transexuales, no en el sentido anatómico del término, sino en el sentido que
Baudrillard le da al transexual como el juego de la indiferencia sexual:
“Todos
somos transexuales. De la misma manera que somos potenciales mutantes biológicos,
somos transexuales en potencia. Y ya no se trata de una cuestión biológica.
Todos somos simbólicamente transexuales. Cicciolina, por ejemplo. ¿existe una
encarnación más maravillosa del sexo, de la inocencia pornográfica del sexo? Ha
sido enfrentada a Madona, virgen fruto del aerobic y de una estética glacial,
desprovista de cualquier encanto y de cualquier sensualidad, androide musculado
del que, precisamente por ello, se ha podido hacer un ídolo de síntesis. Pero
¿acaso Cicciolina no es también transexual? La larga cabellera platino, los
senos sospechosamente torneados, las formas ideales de una muñeca hinchable, el
erotismo liofilizado de cómic o de ciencia-ficción y, sobre todo, la
exageración del discurso sexual…”[3]
En
los retratos asexuados de Etem existe igualmente una indeterminación maliciosa
en la constitución del humano como ser de goma, instrumento, que forma parte de
esa “estética glacial” del mundo moderno, muy parecido a los protagonistas de
Baudrillard, quien continúa:
“…el
ectoplasma carnal que es Cicciolina coincide aquí con la nitroglicerina
artificial de Madona, o con el encanto andrógino y frankesteriano de Michael
Jackson. Todos ellos son mutantes, travestis, seres genéticamente barrocos cuyo
look erótico oculta la indeterminación genérica. Todos son “gender-benders”,
tránsfugas del sexo”[4]
Entonces,
continuando con Baudrillard -sí para él- el hombre sentado frente a su
televisor con la pantalla vacía en un día de huelga, será la mejor imagen de la
antropología del siglo XX, para Etem, la antropología del siglo XXI es la del
cavernícola solitario que lleva la televisión sobre sus hombros anexada como
gran metáfora de la incorporación de la tecnología ya no solo como accesorio
sino como extensión de sus propios órganos, y en este sentido se corresponde
con todas las tesis del ser post-humano, tesis que proponen a los accesorios
como las gafas, el marcapasos, los zapatos deportivos etc. como extensiones
propias del cuerpo ya que nos facilitan ver mas lejos, saltar mas alto, etc.
transfigurándonos en seres post-humanos.
Sin
embargo, tenemos que tener claro que la fortaleza de estos retratos se
encuentra menos en su estética, que en la similitud que ellos poseen con el
hombre contemporáneo y su entorno (volcándose en la metáfora del mismo).
Entendido
así, la urgencia del hombre actual –en el mundo contemporáneo- por estar
siempre en constante avance se ha volcado en la absoluta pérdida de
satisfacción ya que en el momento de la gratificación los logros pierden su
atractivo en el mismo instante de la obtención de la recompensa, y en este
sentido parafraseando a Nietzsche, no se pude -ser hombre- sin ser, o al menos
intentar ser -superhombre-.
Continuando
con el estudio diríamos que la fusión entre el humano consumidor y el objeto
del consumo afirman la ideología propia del individuo cuando deja de ser
ciudadano.
Como
recordaremos, el nacimiento del “individuo” frente al del ciudadano surge a
partir del “proyecto de individualización” que la sociedad moderna bajo la
asignación de roles crea, desdibujando la figura de ciudadano y potenciando la
figura de socio en un concepto que se
re-significa a cada instante, lo que en palabras de Zygmunt Bauman nos diría: “la modernidad reemplaza la heteronomía del
sustrato social determinante por la obligatoria y compulsiva autodeterminación.
Esto es cierto respecto a la “individualización” durante toda la era moderna”.
En tanto, el posicionamiento y la acción colectiva esta dada por los intereses
comunes en el “ciudadano”, el cual se desintegra frente a la moderna figura del
individuo, el cual a su vez parece que coloniza lo “publico” en favor de lo
“privado”.
Entonces,
en los retratos de Etem, el personaje solitario “individuo” pretende que se le
despoje de todo rastro de colectividad, algo así como el comprador del centro
comercial que estando rodeado de una multitud, su contacto con el colectivo es
leve y superficial porque no puede distraer su único propósito el de
“consumir”, sin embargo, en Etem el consumidor con el objeto de consumo son uno
solo, entrando en la fase final del consumismo en donde el objeto mismo nos
consume…
Hernán
Pacurucu C.
Curador
[1] Como nos dice Wikipedia: “Para la historia, la prosopografía fue desde la antigüedad una
disciplina auxiliar cuyo objetivo era estudiar las biografías de una persona en
tanto que miembro de un colectivo social, esto es, la vida pública de una
persona. Se trata así de ver una categoría específica de la sociedad,
estamento, oficio o rango social, por lo general las élites sociales o
políticas.”
[2] Honoré Daumier, Jean-François Millet y
Jules Breton, Jean-Louis-Ernest Meissonier, Henri Fantin-Latour, Thomas
Couture, o Jean-Léon Gerome.
[4] Baudrillard Jean, La transparencia
del mal, p 10, ed. Anagrama, Barcelona, 1990.
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